Kaleidoscope llega y, con
ella, un universo de veranos que ya has vivido juega a disfrazarse de novedosas
galaxias futuras que prometen nuevas formas de vida.
Una realidad creada
quiebra el silencio precedido por la más reciente afirmación interiorizada que
en alguna cabeza topa con una nostalgia pasada a la que hiere premeditadamente. Alguien mira su reflejo en el agua y
piensa en las vidas que podría haber vivido mientras una frase liberada ya de
una jaula hecha de un compendio de estrofas desordenadas y difusas parece haber
encontrado, al fin, la barca que la lleve a surcar las aguas que un día, dicen los griegos
antiguos, navegó de este a oeste el Sol para recorrer de la mano del día el
sueño eterno de la noche. En aquella época las gentes se hacían el amor sin
necesidad de que los tiempos de guerra les recordaran lo hiriente de la
soledad. Les excitaba la paz, la paz terrible y gritada, la pasmosa
tranquilidad de los corazones hedonistas que entregaban su destino a los dioses
a cambio de que ellos les aseguraran, con voz solemne, que bajo sus pies se
encontraba el centro del universo. En el núcleo sempiterno de la vida, protegidos por el éter en
el que un día otros, siguiendo el rastro de sus ancestros, descubrirían las más
inalcanzables verdades antes de guardarlas bajo una llave que tiraron en algún
mar secreto, veían hacer el amor a la tierra con el cielo. Por entonces lo inerte,
lo inmóvil, no podía existir de ninguna
manera. El movimiento era una ilusión, el hijo bastardo de la vida, silenciado
por el imperio construido por una afirmación: “Todo está lleno de dioses”. Lo
vivo no necesitaba de palabras que describieran aquella explosión que se
convertiría en la fuerza motora de las personas. El movimiento era intrínseco a
la vida. Vivir era cinético y un latido,
suficiente. Quien tenía vida la vivía y sabía hacerlo sin necesidad de que
nadie se lo tuviera que recordar con exclamaciones impertinentes.
Una frase recorre un río navegado por hombres, seres e ideas. Las
palabras que la componen bastan para que en la más íntima porción de intimidad
de su mente, aquélla que más suya siente, alguien deje de experimentar con la
realidad probeta bajo microscopio y se convierta en arquitecto y constructor de
si mismo. Su presente acaba de estremecerse a través de una afirmación que
apenas pretendía intuir y que mañana habrá sedimentado en algún rincón con el
que inevitablemente topará esa frase que ahora juega a recorrer un río. Allí
donde almacena sus deseos, un día se alzará, armado de valor, y prenderá la
mecha que provocará un nuevo big bang: creará nuevos mundos en el que nacerán nuevos
filósofos que servirán para personificar sus múltiples personalidades, sus
innumerables sueños fundamentados en la idea de descubrir por vez primera los
secretos de la vida. Y es que una realidad creada que posteriormente lo sentirá
su tripulante nacerá en el justo rincón dónde él, desorientado, cada mañana
trata de dilucidar el remoto origen de sus sueños. Porque al moldear con el saber en una mano y la experiencia
en la otra el contorno de una
palabra y guardarla con recelo en la caja de los pensamientos que, creerá
inocentemente, nunca externalizará, cobrará forma un nuevo destino. Su nuevo
camino. Una finalidad inconsciente, un porqué vehemente que llevará
inquietándolo largo tiempo sin encontrar el cráter por el que ver la luz. Para
llegar a un fin a veces basta con conocer cuál es el punto de partida. Todo lo
llenará lo mágico, por lo añejo de su origen, de la energía que brota de una
realidad que alguien se ha atrevido a nombrar por vez primera haciendo que sea
más próxima su fusión con el mundo racionalmente descrito por las voces
estrictas de la sapiencia científica. Ya lo describió más de un filósofo
descubridor de verdades universales afirmando
que las realidades se crean cuando es formulado el deseo, y que el único dios
es el sujeto. Pero aún nadie ha encontrado la forma de definir el futuro sin
teñirlo de suerte y sentenciarlo a muerte hablando de casualidad.
Basta una realidad creada
para que emerjan nuevas Atlántidas de los mares que ahora recorre una simple
frase en una barca. Aunque como la primera, protagonista de eternos anhelos de
los navegantes más intrépidos que la historia ha decidido recordar, luego se
hundan, nadie debe desconfiar; sus restos siempre quedarán depositados en algún
mar esperando que la corriente más rebelde desenfrene las hormonas del mundo y
se vea arrastrado a alguna orilla. Y allí, el surfer más del rollo, o tal vez
el jubilado más impertinentemente silenciado sabrán que un día existieron civilizaciones
asombrosas de ideas de las que ahora nada queda, y recobrarán la esperanza y
creerán que nunca es tarde para entender una mirada que busca un más allá. Mas
ahora sólo existe una frase que navega por un camino hecho de agua, de la misma
que un día Tales de Mileto dejó caer entre sus dedos, lamentándose de que su
humana condición le impidiera crear un universo de afirmaciones de agua, que
discurrieran por dedos extasiados por el tacto convertido en mensajero del saber.
Y para sí, el primer filósofo susurraría: “Todo nace de aquí. En su poder se
halla el dar vida o el quitarla. Ya lo dijeron los nuestros mirando al monte
Olimpo con cara de alivio.” Y tuvo claro
entonces que su propósito no debía ser otro que el de retratar su alma
conectada a mil universos encontrando la manera de definir cómo las palabras
crean realidades igual que el agua crea la vida. Una es tarea humana. La otra,
causa divina que acabó por no importarle. Ése fue el secreto que jamás hallaron
los que leyeron sus letras con ojos de ciencia y fueron incapaces de apreciar
el descender de una frase, convertida ya en realidad, por un río de agua que
cada vez se acerca más al momento de desembocar en Océano, padre de todas las cosas.
Su realidad creada, su ulterior propósito, no fue otro que el de dar nacimiento
a un mundo brotado de la palabra y no de un acto divino, teoría tan abstracta y
difusa como la suya, y tan desconocida también.
Y así, creó un mundo en
el que algunos se perdieron tratando de definirse a sí mismos, atrapados en una
afirmación que aseguraba que la razón era
la herramienta más certera para aproximarse a la realidad. Y aunque en los ecos
de la historia algunos clamen un sangriento “¡Culpable!”, él no fue el causante
de que después algunos olvidaran la magia de lo irracional y lo necesario que
resulta para entender lo que el día nos esconde de nosotros mismos, que sólo saca
valor para dejarse entrever en la noche.
Y desde entonces, efectivamente, Tales se dedicó a retratar las palabras
que el universo, personificado en algún dios de cartón encargado de confortar
la conciencia humana, decidió llorar para que algún día los hombres descubrieran
la manera de encontrarse a sí mismos en el interior de algún río surcado por
una barca en la que una verdad, en este preciso instante, se estremece
imaginando el momento en el que será descubierta.
Un pen juega a crear
realidades en un coche y no vacila al decantarse por otra canción.
Seguimos igual de
enamoradizos que siempre, como en
invierno, pero en verano vuelve esa canción que encuentra la forma de
describirnos como nadie antes lo había hecho. En los primeros brillos de los
rayos de un sol fetal, vuelve a ti el sonido de fondo de otros años. No hay
prisa cuando el sol se va, te dices, y vuelves a agarrar fuerte la cerveza
mientras, con la mirada más pícara, te tranquilizas al paladear los momentos
previos a que Neidos y Microbio se enciendan ese porro. Hoy, más inmaduro que
antaño en tanto que los meses te han dado aún más conciencia de la eterna
adolescencia en la que siempre pretendiste vivir vivir, te invade una sensación
distinta que, pese a todo, no consigue que te olvides del calor en la garganta
de un humo que choca torpe con la tráquea antes de acurrucarse en tus pulmones.
Eres consciente, mientras tu piel se escama y se renueva, deque te has olvidado
de tu presente. Te has rendido. No has impedido que lo acabe secuestrando tu futuro,
que tira de él sin vacilar. Siempre supiste que la clave era evitar que eso
sucediera. Presumías de conocer la fórmula secreta para lograrlo con tu pose
más chulesca, creyendo que nunca pecarías de aquello que puerilmente
criticabas.
Cuando te topas ante la
misma playa en la que otras tantas veces ya naciste, te asusta el dolor que
sentirás al encontrarte de nuevo protagonizando la misma escena de siempre. El
mar te acoge, sí, pero el agua lee en tu piel que ya no sueñas con desnudarte
en la playa en la que ella sueña morir. En la toalla, tu mochila, cargada de
pesares punzantes más que de alegrías. Se trata de tu retiro voluntario, pero
ningún presente puede apagar las risas que, entrecortadas, temían la intensidad
de las carcajadas que acabarían habitando al acabar noches que vivieron otros
que presumían de llevar tu nombre.
Las historias de
chiringuito y playa se aproximan impertinentes sin preguntar si aún las deseas.
Desconocen que ya no sueñas con aquellas nubes de color naranja, que quizás ya
no te enamora ese color temperado que de miel brinda la tarde. Te asusta seguir
flotando colocao en la eternidad del instante aunque sabes que te volverá a
gustar eso de no saber muy bien dónde estás sabiendo sólo que estás muy bien y
que nada te controla. Young, wild and free, espíritu libre el del comandante
que te gobierna por gracia y obra de un tatuaje fruto de un pensamiento
rotundamente ideado. Y no tardará en irrumpir, en tu nube de pensamientos
excesivamente melancólicos, para formar parte de un verano, el amor por el
fluir en las olas, que lejos de hacer que te quejes, dejará a tu alma sola. Y
es que ahora que la música vuelve, recuerdas por qué empezaste en esto: nunca
pensar en un más allá para que jamás se esfumara el presente. Y asientes
mientras tu voz retumba ante las exigencias que un día consideraste los pilares
del mundo: Has incumplido tu promesa.
Sin embargo, a medida que
avanza la canción, recuerdas que la vida es una rueda que gira aunque no te
muevas. Y es cierto. Ellos ya te lo dijeron. Lágrimas de sangre, menudo nombre
para un grupo de rap. Pero sí, es verdad. La vida está rodando y a veces es un
error permanecer quieto por no atreverse a averiguar qué se acerca escondido en
las sombras tras la puerta que, de permanecer cerrada, sella para siempre la
entrada al mundo de lo que podría haber sido. Asustado por las posibilidades
del futuro, te creerás conforme con tu pequeña vida en tu pequeña jaula. El
sabor de la vida en la playa te recordará por qué renegaste del miedo un día y
te apartaste de la generación de los niños de cristal, ferviente creyente aún
de las profecías findelmundistas obligadas a cumplirse al formar parte de
afirmaciones fabricadas para tarde o temprano convertirse en realidades… de
agua.
El mundo se acabará, sí,
pese a todo lo que quede por hacer, pese a las infinitas intuiciones y
placeres, entre conversaciones y crecimiento personal. La vida no se ensaya, te
repites, y te bostezas en tu propia nuca aburrido por tirar de la porción de refranero
popular culturizada por el bajo populacho para maquillar su ignorancia. Y
aunque a Rosendo a veces le cueste llegar al estribillo, el rap fresco del
Maresme hace que repitas para ti: “No hay prisa cuando el Sol se va. No hay
nada que pueda molestar.” Y entonces, ahora sí, sonríes. Sabes que volverá la
fiesta y serás el primer hedonista hasta la médula que beba, mee y merodee. A
tus espaldas las montañas volverán a entretenerse viendo el mar.
Y esfumadas las dudas,
pasada la noche, ciego por la casa andarás en busca de comida rápida con las
sábanas pegadas aún. Recibirás las mismas miradas de reprobación y de castigo
que encontrarían infinitos motivos para repeler cualquier camino que puedas
idear, pero seguirás feliz sabiendo que ahora vuelves a no tener secretos
contigo mismo. “Si el futuro pretendía robarte el presente, suya será la percepción
de que nunca estás a la altura.” Porque ahora el día te trae a la noche
seductora y ciego, por la fiesta, buscarás bebida rápida mientras la felicidad
colectiva te dará la vida. Volverás a enamorarte de una noche que, al morir, te
dejará pensando en las cosas, una a una, mientras despides a la Luna y, con el
Sol, te vas a sobar. Seguirás durmiendo con las mismas fieras que ya trataron
de devorarte un día. Seguirás jugando a acertar las maldiciones de otros, pero
si ahí afuera quieren guerra escucharás la canción de Morodo que más te
apetezca y olvidarás su inexistencia.
En tu nuevo nacimiento no
olvidarás aquello que te nutrió largas temporadas. De la adolescencia te
llevarás eso de que tú eres el elegido y quieres tu parte del pastel, aunque ya
no te haga falta, para hacerte el chulo, fumar tabaco con 15 años en un parque.
Te llevarás contigo el primer cine y el primer amor. También tu primera unión
de almas, estuviera o no presente el corazón. Quizás la lluvia desgaste tu piel
y te haga más viejo, pero ahora más que nunca confías en que volverán los soles
a tu espejo mientras acaricias con la palma de tu mano la sublime elegancia con
la que termina el vientre femenino. Ya no llevarás nunca más toalla, pantalones
cortos y cubata en mano todo el año. Tan sólo cuando de verdad lo necesites
irás a por otro chapuzón para pasar a la acción. Y con la satisfacción en la
sonrisa y el trabajo hecho, te dormirás en la arena. Y esa canción que se
manifiesta si te cansas de protesta acabará por sentenciarte y por clamarte al
oído que aún necesitas fiesta libre en luna llena en una cala sola en la que
solo te vea el mar. Sin embargo ahora sabes que ya no quieres encontrar tu
llama en esos momentos para todo y censuras para nada porque ya no duermes bien
por las camas de piernas mientras te despides con un “Adiós, realidad, adiós,
que te pierdas!”
Hay fiesta cuando el Sol
se va. Puedo dar fe de ello. Pero el hedonismo debe reconvertirse en algo más
que en beber y mear y merodear con la montaña a las espaldas y delante viendo
el mar. Hay vida más allá de una canción que alimentó tu juventud y que ahora
el hermano pequeño de tu mejor amigo se llena la boca rapeando al escucharla en
el pen del coche, mientras te coge el relevo y tú lo miras con la piedad del
que mucho ha vivido y sabe lo que le espera por delante, mientras te consuelas:
"Cuando yo probé la keta ya había aprendido de la vida que de los paraísos
mentales de la droga evasiva se aprende menos que de una noche de dolor".