jueves, 25 de octubre de 2012


Mientras unas parejas se forman, otras se rompen. Unas buscan el abrigo en unos nuevos brazos, transportándose al delirio del romance, al torrente de emociones, singularidades y casualidades que ha de llevarlas al clímax de un grito cantado al unísono.
Y entonces otras se rompen. Y la vida llora. Y las almas de aquellos cuyos lazos se han desatado se aferran al vacío inexorable de saberse solo.
La primera reacción está en la chica que llora en su habitación como una niña asustada; en los planes de futuro que nunca se cumplirán, que ahora no son más que bocetos en una libreta sobre la que ha caído el café. Irrecuperables. Inservibles. Inacabados.
La segunda reacción se esconde en el agujero al que van a parar todos los pensamientos de esa chica que lloraba. En las palabras de consuelo ahora indescifrables. En la vida que gira y que ahora carece de sentido.
La tercera reacción viene después, acompañada de momentos estelares en que la sensación de absurdo es inexistente, en que la crueldad de haber perdido lo que más se quiere va formando costra.

Con el tiempo, la recuperación es ineludible. La herida deja paso a la cicatriz. La ruptura pasa a ser una más de la lista de fracasos que tu vida ha acumulado. Con más tiempo aprendes a considerar también los recuerdos buenos y a poner en uso la balanza que decidirá qué se queda en ti, la consolación del momento en que creíste ser feliz o la amargura de aquello que perdiste.

lunes, 18 de junio de 2012

Kaleidoscope cuando el Sol se va


Kaleidoscope llega y, con ella, un universo de veranos que ya has vivido juega a disfrazarse de novedosas galaxias futuras que prometen nuevas formas de vida.  

Una realidad creada quiebra el silencio precedido por la más reciente afirmación interiorizada que en alguna cabeza topa con una nostalgia pasada a la que hiere premeditadamente. Alguien mira su reflejo en el agua y piensa en las vidas que podría haber vivido mientras una frase liberada ya de una jaula hecha de un compendio de estrofas desordenadas y difusas parece haber encontrado, al fin, la barca que la lleve a  surcar las aguas que un día, dicen los griegos antiguos, navegó de este a oeste el Sol para recorrer de la mano del día el sueño eterno de la noche. En aquella época las gentes se hacían el amor sin necesidad de que los tiempos de guerra les recordaran lo hiriente de la soledad. Les excitaba la paz, la paz terrible y gritada, la pasmosa tranquilidad de los corazones hedonistas que entregaban su destino a los dioses a cambio de que ellos les aseguraran, con voz solemne, que bajo sus pies se encontraba el centro del universo.  En el núcleo sempiterno de la vida, protegidos por el éter en el que un día otros, siguiendo el rastro de sus ancestros, descubrirían las más inalcanzables verdades antes de guardarlas bajo una llave que tiraron en algún mar secreto, veían hacer el amor a la tierra con el cielo. Por entonces lo inerte, lo inmóvil, no podía existir de ninguna manera. El movimiento era una ilusión, el hijo bastardo de la vida, silenciado por el imperio construido por una afirmación: “Todo está lleno de dioses”. Lo vivo no necesitaba de palabras que describieran aquella explosión que se convertiría en la fuerza motora de las personas. El movimiento era intrínseco a la vida. Vivir era cinético y un latido, suficiente. Quien tenía vida la vivía y sabía hacerlo sin necesidad de que nadie se lo tuviera que recordar con exclamaciones impertinentes.

Una frase recorre un río navegado por hombres, seres e ideas. Las palabras que la componen bastan para que en la más íntima porción de intimidad de su mente, aquélla que más suya siente, alguien deje de experimentar con la realidad probeta bajo microscopio y se convierta en arquitecto y constructor de si mismo. Su presente acaba de estremecerse a través de una afirmación que apenas pretendía intuir y que mañana habrá sedimentado en algún rincón con el que inevitablemente topará esa frase que ahora juega a recorrer un río. Allí donde almacena sus deseos, un día se alzará, armado de valor, y prenderá la mecha que provocará un nuevo big bang: creará nuevos mundos en el que nacerán nuevos filósofos que servirán para personificar sus múltiples personalidades, sus innumerables sueños fundamentados en la idea de descubrir por vez primera los secretos de la vida. Y es que una realidad creada que posteriormente lo sentirá su tripulante nacerá en el justo rincón dónde él, desorientado, cada mañana trata de dilucidar el remoto origen de sus sueños. Porque al moldear con el saber en una mano y la experiencia en la otra el contorno  de una palabra y guardarla con recelo en la caja de los pensamientos que, creerá inocentemente, nunca externalizará, cobrará forma un nuevo destino. Su nuevo camino. Una finalidad inconsciente, un porqué vehemente que llevará inquietándolo largo tiempo sin encontrar el cráter por el que ver la luz. Para llegar a un fin a veces basta con conocer cuál es el punto de partida. Todo lo llenará lo mágico, por lo añejo de su origen, de la energía que brota de una realidad que alguien se ha atrevido a nombrar por vez primera haciendo que sea más próxima su fusión con el mundo racionalmente descrito por las voces estrictas de la sapiencia científica. Ya lo describió más de un filósofo descubridor de verdades universales  afirmando que las realidades se crean cuando es formulado el deseo, y que el único dios es el sujeto. Pero aún nadie ha encontrado la forma de definir el futuro sin teñirlo de suerte y sentenciarlo a muerte hablando de casualidad.

Basta una realidad creada para que emerjan nuevas Atlántidas de los mares que ahora recorre una simple frase en una barca. Aunque como la primera, protagonista de eternos anhelos de los navegantes más intrépidos que la historia ha decidido recordar, luego se hundan, nadie debe desconfiar; sus restos siempre quedarán depositados en algún mar esperando que la corriente más rebelde desenfrene las hormonas del mundo y se vea arrastrado a alguna orilla. Y allí, el surfer más del rollo, o tal vez el jubilado más impertinentemente silenciado sabrán que un día existieron civilizaciones asombrosas de ideas de las que ahora nada queda, y recobrarán la esperanza y creerán que nunca es tarde para entender una mirada que busca un más allá. Mas ahora sólo existe una frase que navega por un camino hecho de agua, de la misma que un día Tales de Mileto dejó caer entre sus dedos, lamentándose de que su humana condición le impidiera crear un universo de afirmaciones de agua, que discurrieran por dedos extasiados por el tacto convertido en mensajero del saber. Y para sí, el primer filósofo susurraría: “Todo nace de aquí. En su poder se halla el dar vida o el quitarla. Ya lo dijeron los nuestros mirando al monte Olimpo con cara de alivio.”  Y tuvo claro entonces que su propósito no debía ser otro que el de retratar su alma conectada a mil universos encontrando la manera de definir cómo las palabras crean realidades igual que el agua crea la vida. Una es tarea humana. La otra, causa divina que acabó por no importarle. Ése fue el secreto que jamás hallaron los que leyeron sus letras con ojos de ciencia y fueron incapaces de apreciar el descender de una frase, convertida ya en realidad, por un río de agua que cada vez se acerca más al momento de desembocar en Océano, padre de todas las cosas. Su realidad creada, su ulterior propósito, no fue otro que el de dar nacimiento a un mundo brotado de la palabra y no de un acto divino, teoría tan abstracta y difusa como la suya, y tan desconocida también. 

Y así, creó un mundo en el que algunos se perdieron tratando de definirse a sí mismos, atrapados en una afirmación que aseguraba  que la razón era la herramienta más certera para aproximarse a la realidad. Y aunque en los ecos de la historia algunos clamen un sangriento “¡Culpable!”, él no fue el causante de que después algunos olvidaran la magia de lo irracional y lo necesario que resulta para entender lo que el día nos esconde de nosotros mismos, que sólo saca valor para dejarse entrever en la noche.  Y desde entonces, efectivamente, Tales se dedicó a retratar las palabras que el universo, personificado en algún dios de cartón encargado de confortar la conciencia humana, decidió llorar para que algún día los hombres descubrieran la manera de encontrarse a sí mismos en el interior de algún río surcado por una barca en la que una verdad, en este preciso instante, se estremece imaginando el momento en el que será descubierta.

Un pen juega a crear realidades en un coche y no vacila al decantarse por otra canción.

Seguimos igual de enamoradizos que siempre,  como en invierno, pero en verano vuelve esa canción que encuentra la forma de describirnos como nadie antes lo había hecho. En los primeros brillos de los rayos de un sol fetal, vuelve a ti el sonido de fondo de otros años. No hay prisa cuando el sol se va, te dices, y vuelves a agarrar fuerte la cerveza mientras, con la mirada más pícara, te tranquilizas al paladear los momentos previos a que Neidos y Microbio se enciendan ese porro. Hoy, más inmaduro que antaño en tanto que los meses te han dado aún más conciencia de la eterna adolescencia en la que siempre pretendiste vivir vivir, te invade una sensación distinta que, pese a todo, no consigue que te olvides del calor en la garganta de un humo que choca torpe con la tráquea antes de acurrucarse en tus pulmones. Eres consciente, mientras tu piel se escama y se renueva, deque te has olvidado de tu presente. Te has rendido. No has impedido que lo acabe secuestrando tu futuro, que tira de él sin vacilar. Siempre supiste que la clave era evitar que eso sucediera. Presumías de conocer la fórmula secreta para lograrlo con tu pose más chulesca, creyendo que nunca pecarías de aquello que puerilmente criticabas. 

Cuando te topas ante la misma playa en la que otras tantas veces ya naciste, te asusta el dolor que sentirás al encontrarte de nuevo protagonizando la misma escena de siempre. El mar te acoge, sí, pero el agua lee en tu piel que ya no sueñas con desnudarte en la playa en la que ella sueña morir. En la toalla, tu mochila, cargada de pesares punzantes más que de alegrías. Se trata de tu retiro voluntario, pero ningún presente puede apagar las risas que, entrecortadas, temían la intensidad de las carcajadas que acabarían habitando al acabar noches que vivieron otros que presumían de llevar tu nombre. 

Las historias de chiringuito y playa se aproximan impertinentes sin preguntar si aún las deseas. Desconocen que ya no sueñas con aquellas nubes de color naranja, que quizás ya no te enamora ese color temperado que de miel brinda la tarde. Te asusta seguir flotando colocao en la eternidad del instante aunque sabes que te volverá a gustar eso de no saber muy bien dónde estás sabiendo sólo que estás muy bien y que nada te controla. Young, wild and free, espíritu libre el del comandante que te gobierna por gracia y obra de un tatuaje fruto de un pensamiento rotundamente ideado. Y no tardará en irrumpir, en tu nube de pensamientos excesivamente melancólicos, para formar parte de un verano, el amor por el fluir en las olas, que lejos de hacer que te quejes, dejará a tu alma sola. Y es que ahora que la música vuelve, recuerdas por qué empezaste en esto: nunca pensar en un más allá para que jamás se esfumara el presente. Y asientes mientras tu voz retumba ante las exigencias que un día consideraste los pilares del mundo: Has incumplido tu promesa.

Sin embargo, a medida que avanza la canción, recuerdas que la vida es una rueda que gira aunque no te muevas. Y es cierto. Ellos ya te lo dijeron. Lágrimas de sangre, menudo nombre para un grupo de rap. Pero sí, es verdad. La vida está rodando y a veces es un error permanecer quieto por no atreverse a averiguar qué se acerca escondido en las sombras tras la puerta que, de permanecer cerrada, sella para siempre la entrada al mundo de lo que podría haber sido. Asustado por las posibilidades del futuro, te creerás conforme con tu pequeña vida en tu pequeña jaula. El sabor de la vida en la playa te recordará por qué renegaste del miedo un día y te apartaste de la generación de los niños de cristal, ferviente creyente aún de las profecías findelmundistas obligadas a cumplirse al formar parte de afirmaciones fabricadas para tarde o temprano convertirse en realidades… de agua.

El mundo se acabará, sí, pese a todo lo que quede por hacer, pese a las infinitas intuiciones y placeres, entre conversaciones y crecimiento personal. La vida no se ensaya, te repites, y te bostezas en tu propia nuca aburrido por tirar de la porción de refranero popular culturizada por el bajo populacho para maquillar su ignorancia. Y aunque a Rosendo a veces le cueste llegar al estribillo, el rap fresco del Maresme hace que repitas para ti: “No hay prisa cuando el Sol se va. No hay nada que pueda molestar.” Y entonces, ahora sí, sonríes. Sabes que volverá la fiesta y serás el primer hedonista hasta la médula que beba, mee y merodee. A tus espaldas las montañas volverán a entretenerse viendo el mar.

Y esfumadas las dudas, pasada la noche, ciego por la casa andarás en busca de comida rápida con las sábanas pegadas aún. Recibirás las mismas miradas de reprobación y de castigo que encontrarían infinitos motivos para repeler cualquier camino que puedas idear, pero seguirás feliz sabiendo que ahora vuelves a no tener secretos contigo mismo. “Si el futuro pretendía robarte el presente, suya será la percepción de que nunca estás a la altura.” Porque ahora el día te trae a la noche seductora y ciego, por la fiesta, buscarás bebida rápida mientras la felicidad colectiva te dará la vida. Volverás a enamorarte de una noche que, al morir, te dejará pensando en las cosas, una a una, mientras despides a la Luna y, con el Sol, te vas a sobar. Seguirás durmiendo con las mismas fieras que ya trataron de devorarte un día. Seguirás jugando a acertar las maldiciones de otros, pero si ahí afuera quieren guerra escucharás la canción de Morodo que más te apetezca y olvidarás su inexistencia. 

En tu nuevo nacimiento no olvidarás aquello que te nutrió largas temporadas. De la adolescencia te llevarás eso de que tú eres el elegido y quieres tu parte del pastel, aunque ya no te haga falta, para hacerte el chulo, fumar tabaco con 15 años en un parque. Te llevarás contigo el primer cine y el primer amor. También tu primera unión de almas, estuviera o no presente el corazón. Quizás la lluvia desgaste tu piel y te haga más viejo, pero ahora más que nunca confías en que volverán los soles a tu espejo mientras acaricias con la palma de tu mano la sublime elegancia con la que termina el vientre femenino. Ya no llevarás nunca más toalla, pantalones cortos y cubata en mano todo el año. Tan sólo cuando de verdad lo necesites irás a por otro chapuzón para pasar a la acción. Y con la satisfacción en la sonrisa y el trabajo hecho, te dormirás en la arena. Y esa canción que se manifiesta si te cansas de protesta acabará por sentenciarte y por clamarte al oído que aún necesitas fiesta libre en luna llena en una cala sola en la que solo te vea el mar. Sin embargo ahora sabes que ya no quieres encontrar tu llama en esos momentos para todo y censuras para nada porque ya no duermes bien por las camas de piernas mientras te despides con un “Adiós, realidad, adiós, que te pierdas!”

Hay fiesta cuando el Sol se va. Puedo dar fe de ello. Pero el hedonismo debe reconvertirse en algo más que en beber y mear y merodear con la montaña a las espaldas y delante viendo el mar. Hay vida más allá de una canción que alimentó tu juventud y que ahora el hermano pequeño de tu mejor amigo se llena la boca rapeando al escucharla en el pen del coche, mientras te coge el relevo y tú lo miras con la piedad del que mucho ha vivido y sabe lo que le espera por delante, mientras te consuelas: "Cuando yo probé la keta ya había aprendido de la vida que de los paraísos mentales de la droga evasiva se aprende menos que de una noche de dolor".

miércoles, 23 de mayo de 2012

Las vidas que no he vivido


Las vidas que no he vivido sólo puedo imaginarlas. La vida que viví y vivo es la siguiente.
Ella era una niña con el pelo largo y rizado, indomable. Una niña que sólo sabía jugar con su hermano y que a la hora del patio se sentía un bicho raro. No porque las niñas con las que no quería jugar le dijeran que lo era, sino porque esos juegos la aburrían y, ya entonces, había decidido que no merecía vivir una vida aburrida.
A menudo, por la calle, miraba hacia el cielo y empezaba a hacerse preguntas. Preguntas que la llenaban de vacío, que nublaban su vista. Un abismo de incertidumbre que le resultaba tan terrorífico como atractivo. ¿Qué es todo esto? ¿De dónde ha salido la vida? ¿Qué es la vida? ¿Qué somos? La atrocidad de las preguntas no era sino el principio, pues cada vez que se rendía intentando conocer las respuestas era un fracaso y un triunfo. En esta nube de incertezas se adentraba, mientras seguía mirando al cielo sin darse cuenta de que podía ser observada. Su madre seguramente se preguntaba a sí misma hasta qué punto le había afectado la quimio a la niña.
Los años le dieron la oportunidad de conocerse, y en ello empleó su tiempo y su energía, permaneciendo tan gris y en silencio que no encajaba fuera de sí misma. Sin embargo, gracias a eso pudo empezar a fijarse en las demás personas, en cómo actuaban, qué decían, en qué situaciones… Ya entonces empezó a sospechar que la mayoría seguían un patrón, y le gustaba intentar adentrarse en cada una de ellas, podía saber cómo iban a reaccionar por los pequeños detalles y eso le resultaba fascinante. Pero dejó de preguntarse cosas y de mirar al cielo.
A una edad tan temprana seguía creyendo en las cosas absurdas que le habían contado y, si bien sus deseos eran puros y nunca hubo maldad en sus intenciones, la llama de su espíritu empezó a empequeñecerse en su interior. Los miedos que de pequeña nunca había sentido empezaron a calar en su mente.
Y llegó ese momento en que los jóvenes creen ser adultos cuando aún están más cerca de ser niños, y de ella empezó a brotar la rabia por las vendas que habían estado poniéndole sobre los ojos durante su niñez, por todas las verdades que la vida le había susurrado al oído y que ella había ignorado.
Y, pronto, toda esa rabia se convirtió en inseguridad.
Empezó a buscar su norte entre cientos de nortes, a veces simplemente se dejaba llevar, y traicionaba su más tierno pasado en cada paso que daba. Fue entonces cuando empezó a odiar al sentimiento de culpabilidad, con un odio tan crudo y helado que era imposible dejar de sentirlo.
Y desde entonces hasta ahora ha estado centrada en buscar su propio bien, su desarrollo. Intenta retomar aquel viaje emprendido hace años; ha vuelto a hacer de su pelo una versión indomable.
Poco a poco ha conseguido dejar atrás gran parte de aquellos miedos, pero la inseguridad no la abandona. Un desequilibrio emocional, causado por Dios sabe qué, atormenta muchos de sus días. A veces se encuentra llorando y riendo a la vez, y más tarde pensando en ello se sorprende de cómo puede haberlo hecho. Ella es débil y fuerte a la vez, a veces tan débil como para necesitar hablar de sí misma en tercera persona, y a veces tan fuerte como para ir cerrando heridas.
Lo único que calma su huracán interior es la sensación de libertad, es lo único que deshace el nudo.